20 mayo 2014
Fue en una mesa redonda. V. recordó a Borges: “Escribimos para que nos quieran”. Fotografiamos para que nos quieran. Pobres fotógrafos, niños desamparados necesitados de amor. Por un momento se percibió en la sala un impulso amoroso, sin duda sincero, en las dos direcciones. Yo también formaba parte de la mesa, y lo noté, aunque me resultó poco consistente, como algunos aplausos aislados, aquí y allá, que languidecieron en la penumbra anónima del público.
Ese público que había venido a escucharnos también necesitaba ser querido, tanto o más que nosotros. En aquel momento no tuve los reflejos necesarios, y no dije nada. Nadie dijo nada. Fue un momento extraño, diría que de sentimientos honestos, aunque ahora, pasado algún tiempo, todo me resulta impropio.
¿Quién no necesita que le quieran? A veces, sin embargo, hay que bajar dos puntos la intensidad. Es como aquello de que “todo esto lo hemos hecho (fotografiado) por vosotros”. La cosa tiene una carga angelical difícil de creer y de soportar.
Hacemos fotografías porque nos gusta, nos gusta condenadamente, y ya está.