29 julio 2016
Casi cuarenta años después de su construcción, por una de esas casualidades que tienen que ver con la amistad, tuvimos ocasión de dormir una noche en la famosa Casa Huarte, en Madrid (J. A. Corrales / R. Vázquez Molezún). La vida había abandonado tan singular edificio, y un silencio denso se había apoderado de aquellas estancias. Recuerdo haber pensado en la cantidad de cosas que ese silencio guardaba, pero eso fue una sensación que podría hacerse extensiva a cualquier vivienda deshabitada. Mirando reposadamente las líneas, los espacios, la luz, me planteaba cómo resolvería un supuesto encargo para fotografiar el edificio.
Me parecía -y me sigue pareciendo- complicado. Apenas hice fotografías en aquella ocasión, y las que hice tenían que ver poco con la arquitectura. Me venía a la cabeza la figura de Paco Gómez, quien trabajó en ese lugar, un fotógrafo que siempre me gustó, a quien conocí y reconocí tardíamente y cuyo nombre, más allá de la obra personal, estuvo vinculado durante quince años a la revista Arquitectura. Tuvo que vérselas a menudo con edificios y construcciones notables, y él no era un especialista. Se señala en el catálogo de la muestra “Archivo Paco Gómez. El instante poético y la imagen arquitectónica” (comis. Alberto Martín), que no hizo “fotografías de arquitectura”, sino, más bien, “fotografías con arquitectura” (I. Bergera)
A Paco Gómez recuerdo haberle oído contar cómo era un lego en la materia cuando empezó a colaborar con la revista. Solo con el paso del tiempo consiguió saber del tema, tras largos años de amistad y de relaciones con arquitectos y, sobre todo, tras muchas horas de mirar. Para un fotógrafo con espíritu de autor, una especialidad fotográfica como la arquitectónica representa un verdadero reto. Tiene ante sí dos alternativas, según ponga en primer plano o no ese espíritu autoral. Paco Gómez no era un profesional, ni aspiraba a serlo. En esa especie de pulso consigo mismo, apenas tendrían cabida aspectos específicos como el aislamiento espacial de la construcción, el cuidado de las verticales o la elección de las mejores luces para resaltar la belleza o las excelencias de un edificio. La arquitectura tendría que pasar por el fino filtro que él mismo determinase, para resultar en imágenes en las que “lo arquitectónico” quedaría subordinado sin demasiadas concesiones a su credo estético, a menudo tendente a lo abstracto, a una mirada con clara inclinación social e interesada por el entorno, a su gusto por el detalle y a una preferencia por los contrastes fuertes.
Esas prístinas cualidades, sin embargo, se irían desdibujando con el tiempo. Cuando fotografió la Casa Huarte, en 1966, sus imágenes reflejan ya una clara evolución hacia una práctica más profesional, evolución que se acentuaría hasta el fin de su colaboración con la revista Arquitectura. Sus “paredes cochambrosas” irían dando paso a superficies más limpias, a líneas más puras, el autor cediendo poco a poco ante el veterano. Decir que Paco Gómez fue un fotógrafo de arquitectura es un error. Ignorar que su relación con la arquitectura es una de las más interesantes que se han producido en nuestro país, es otro. Esa relación, inicialmente coyuntural, fue gestionada por los responsables de la revista. Ellos son quienes acertaron a ver que esa fotografía de escenarios entre lo distinguido y lo vernáculo, entre lo nuevo y lo abandonado, filtrada por el lirismo del autor, era muy atractiva. En el fondo, se limitaron a dejarse conducir por la potencia de las imágenes de Paco Gómez. Y él, quizás porque no sabía entender la fotografía de otro modo, tampoco buscó más aventuras. Cuando nuevos aires parecieron necesarios, el fotógrafo y los responsables de la publicación, casi a la vez, lo dejaron del mismo modo que lo habían iniciado: sin ruido ni alharacas de ningún tipo. Deberíamos recordarlo, para no pasar, como si tal cosa, del olvido a la sublimación.