El lugar perfecto

10 noviembre 2014

EXPO LYNNE COHEN

Carlos Cánovas. A propósito… / Regarding… Lynne Cohen. Bilbao, 2014

Se diría que en las fotografías de Lynne Cohen la distancia emocional no ha sido suprimida, pero sí sometida a rígidas leyes que parecen condenarla a la tiranía de una supuesta neutralidad. Neutralidad y emoción actúan en sentido opuesto, y tienden a anularse mutuamente. Hay en su trabajo una determinación, previa a la toma de sus fotografías, que implica una estrategia con estrecho margen para las variaciones. Pienso que podríamos excluir de esto que digo algunas imágenes tempranas en blanco y negro, que parecen conectar mejor con la tradición de una fotografía de los espacios que alcanza un cierto esplendor en las imágenes que ilustran realizaciones modernistas, más o menos relacionadas con lo arquitectónico. El hecho de que en su caso se tratase de domicilios particulares aleja esas fotografías iniciales del anonimato que impregna los trabajos posteriores de la fotógrafa.

Lynne Cohen me pareció una persona encantadora. Yo me preguntaba, mientras charlábamos un día junto con nuestras respectivas parejas, Andrew y Juana, cómo casaban sus suaves y amables maneras con una organización perfecta de cada imagen, sin margen para la duda, con tan pocas concesiones a las emociones propias, rozando en un punto la frialdad con la perfección de sus fotografías. Sólo hubo un momento en el que percibí una determinación rotunda, sin resquicios, cuando negó cualquier posibilidad de una práctica digital.

Probablemente esa neutralidad a que me he referido es sólo una manera de alcanzar mejor sus fines. Sus fotografías oscilan entre la dureza y lo kitsch a que parece abocada a menudo nuestra sociedad. Se ha dicho también que se mueven entre lo irónico y lo onírico (Jean-Louis Poitevin). En los años setenta Lynne Cohen sostenía que “sólo había un lugar desde el cual hacer la fotografía”. Quizás siempre fue así en su caso. Ella, anclada en ese lugar perfecto e inamovible con su cajón/cámara, y los escenarios desfilando ante su objetivo uno tras otro, asépticos sólo en apariencia, cargados de interrogantes sobre nosotros mismos.

Estaba ya enferma cuando, un par de años después, le envié un email con una fotografía mía con la que anunciaba una próxima exposición. Me contestó, a través de Andrew, que le había gustado mucho, que era una imagen mágica. Es un bello recuerdo. En el fondo, los fotógrafos no hacemos más que perseguir esa magia, las más de las veces inútilmente. Magia e imagen vienen del mismo lugar, y seguramente viajan juntas al mismo destino.