24 agosto 2014
Leo en el catálogo de la exposición de Vanessa Winship que la poesía es una forma de magia que aspira a volver maleable la textura de nuestra percepción (Stanley Wolukau-Wanambwa, sobre Don Paterson, Ryhme and Reason, 2004). Combinada con las imágenes, la aspiración parece ir un poco más allá de la simple textura. De la exposición de Vanessa Winship me han llamado la atención dos cosas. La primera es la conexión con los clásicos (Walker Evans, Diane Arbus, Richard Avedon, etc.) Es algo que se aprecia con intensidad en la fotografía británica, y es evidente que la formación tiene mucho que ver. La otra es el modo en que se produce en su trabajo la intersección entre el registro y la ficción, entre lo documental y lo poético, especialmente en las imágenes más tempranas (Estados y deseos imaginados. Travesía de los Balcanes, 1999-2003).
Vanessa Winship parece haber constatado muy bien las insuficiencias de la fotografía. Se diría que su propio recorrido fotográfico hasta hoy es la prueba del nueve de lo apuntado, un recorrido en el que la presencia humana se ha ido desvaneciendo hasta dejar las imágenes reducidas al puro paisaje (Almería, Donde se encontró el oro, 2014).
Quienes a veces acompañamos las imágenes con textos no hacemos más que intentar llevar al espectador por el camino que nos interesa, es decir, intentamos “dominar” su imaginación. No estoy seguro de si es suficiente el “derecho” a hacerlo. Concretar un texto poético y encadenar a él una imagen es algo que, como decía, va más allá. La poesía “invoca”, escribe Don Paterson en el texto antes mencionado. Pero, a la vez, es como si el fotógrafo declarase “con la imagen sólo no puedo”. No puedo invocar. ¿Es ese texto poético, por tanto, una declaración de impotencia? ¿No desvirtúa, orientándolo en exceso, el carácter esencialmente polisémico de las imágenes fotográficas?
La renovación del género documental, si tal cosa es posible, tendrá que ver con la ruptura de sus barreras tradicionales. Asumido el carácter ambiguo de toda fotografía, hay que abrir el paso a otras regiones contiguas a la propia imagen y que no estén demasiado holladas todavía. Pero hay algún punto, que no sé situar, a partir del cual la imaginación se cierra más que se abre, el horizonte se achica más que se amplía.