28 abril 2020
El término «realismo» resulta poco elocuente en el mundo de la fotografía. Esta, por las características del dispositivo que produce las imágenes, está condenada a una relación directa con aquello que se encuentra ante la cámara. Más que en cualquier disciplina, la palabra realismo debe ir seguida de otra para ser verdaderamente significante. En la escala de ese realismo que necesita siempre otra palabra, podríamos ascender (?) siguiendo una evolución del mismo que terminaría con su propia disolución: estético, poético, mágico, fantástico… surrealismo.
Quizás eso que llamamos lo real no es más que algo que, en principio, no es representable en una imagen. En nuestro pensamiento, que condena nuestra mirada, habrá siempre algo que va más allá. «La realidad, escribió Nabokov, es una palabra que no significa nada sin comillas». Sin ellas, el concepto de realidad queda plano. Cuando tomamos conscientemente una fotografía, colocamos esas comillas para dar entidad a lo que de suyo no la tiene. Lo que llamamos realismo no es más que una forma de intentar poner énfasis en algo de lo que nos rodea.
La realidad, para serlo, nos necesita, necesita nuestra mirada consciente, y esta es la resultante de complejos procesos culturales en los que el lenguaje –verbal y visual– es determinante. No es posible ver la realidad si no es a través de la «pantalla-tamiz» (Lacan), un filtro –esencialmente cultural– que, en un mundo como el nuestro, con la cultura dominada por la tecnología visual, adquiere connotaciones como poco inquietantes.
La realidad, dice Ortega y Gasset, es simplemente enigma, eso que «se nos opone». «Lo que nos rodea y resiste», escribirá María Zambrano. Late un principio de beligerancia entre la realidad y el yo en ambos casos. En su relación con la realidad, el fotógrafo lucha, lo sepa o no, para descubrir-confirmar-imponer su mirada. Con diferentes intensidades, esa relación implica un trauma. Alguien me escribe para decirme, sobre la fotografía que acompaña este texto, que le recuerda en cierto modo a los trabajos que se suelen agrupar bajo el epígrafe de «realismo traumático». Antes de disolverse en el surrealismo, el realismo traumático muy bien podría ser el peldaño que completase la escala que he planteado unas líneas más arriba. Aunque, bien mirado, el término tal vez no es tanto una categoría como una propiedad de nuestra relación como fotógrafos con el mundo, seguramente producto de un exceso de nuestra mirada.
The term “realism” turns out to be not very eloquent in the world of photography. Photography, due to the characteristics of the device that produces the images, is condemned to a direct relationship with that which stands before the camera. More than in any other discipline, the word realism should be followed by another word in order to be truly significant. On the scale of that realism which always needs another adjective we could ascend (?) following an evolution of the word which would terminate with its own dissolution: aesthetic, poetic, magical, fantastic… surrealism.
Perhaps that what we call real is nothing more than something that, in principle, is not representable in an image. In our thoughts, which condemn our gaze, there will always be something that goes beyond, way beyond. “Reality, wrote Nabokov, is a word that means nothing without inverted commas”. Without them, the concept of reality remains flat. When we conscientiously take a photo, we place those inverted commas in order to give an entity what on its own, it does not have. What we call realism is nothing more than a form of attempting to put emphasis on something of what surrounds us.
Reality, to be so, needs us, needs our conscious gaze and that is the result of complex cultural processes in which the language – verbal and visual – is determinant. It is not possible to see reality as it is, if it is not through the “screen-filter” (Lacan), a filter – essentially cultural – that, in a world such as ours with culture being dominated by visual technology, acquires connotations that are somewhat disturbing.
Reality, says Ortega y Gasset, is simply enigma, that which “opposes us”. “What surrounds us and resists” María Zambrano would write. A principle of belligerence pulsates between reality and the “I” in both cases. In his relationship with reality, the photographer struggles, whether he knows it or not, in order to discover-confirm-impose his gaze. At different intensities, this relationship implies a trauma. Someone has written me to tell me, about the photo that accompanies this text, that it reminds him in a certain way of the works that are usually grouped under the heading of “traumatic realism”. Before dissolving itself into surrealism, traumatic realism could very well be the step that completes the scale of which I spoke some lines earlier. Although, looking closely, the term is perhaps not so much a category as a property of our relationship as photographers with the world, most likely the product of an excess in our gaze.
Publicado en el libro «Estratos. Fotografía y palabras» / Published in the book «Strata. Photography and Words».