Se movía

4 julio 2016

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Hiroshi Sugimoto

“Quién me iba a decir a mí // que se le movía el pecho // de respirar, que está vivo, // que tiene un ímpetu dentro”. Dice Hiroshi Sugimoto que sus “Seascapes” nacen de la idea de restituir una imagen del mar como la que pudieron tener nuestros antepasados cuando lo contemplaron por primera vez. Seguramente no haría falta remontarse tan lejos. Aunque es posible que no lo recordemos, todos hemos visto en algún momento el mar por primera vez. Como Pedro Salinas, desde la orilla, hemos sentido que estábamos ante algo vivo, poderoso, telúrico, insondable.

Es una restitución imposible la que propone Sugimoto. Como lo es la idea de convertirse él mismo en una cámara oscura. Son cosas inalcanzables. El mar no se puede abarcar con la mirada, menos aún a través del ojo inmóvil de una cámara. Sin embargo, lo que justifica el quehacer del fotógrafo –como el de cualquier otro artista– es justamente la persecución de metas imposibles, de utopías visuales y mentales como las que sugiere Sugimoto.

¿Qué vio el primer humano cuando miró al mar? Quizás supo que venía de muy lejos. Debió sentir que estaba ante algo que tenía que ver con su propio origen, como la luz que cada día se encendía y se apagaba más allá del horizonte. La cámara, dice Sugimoto, es una máquina que permite representar el sentido del tiempo, y la vida, añade en otro lugar, viene a ser como una larga exposición. El dispositivo fotográfico y la existencia tienen en común su determinación por límites temporales, comparten el rasgo esencial de la fugacidad. Es curioso que eso se haga más evidente cuando la imagen resulta de una exposición larga, y que ocurra lo contrario cuando la fotografía obedece a lo que llamamos “instantánea”, la captura eternizada en una inmóvil centésima de segundo.

La imagen perfecta es también una quimera (que nuevamente el fotógrafo tiene obligación de intentar), aún a sabiendas de que lo perfecto, por serlo, está vacío. ”Sellado –afirma Sugimoto–, muerto en su centro exacto”. La técnica puede ser perfecta, la idea a la que sirve esa técnica, no. Miré esas fotografías de los mares como quien mira algo sagrado. Al fin y al cabo, el artificio del montaje expositivo eso pretende: mares, dioramas y pantallas como registros totémicos de luz y tiempo. Que fuese el mismo artificio en todas las series me molestó un poco. Pero contemplando tras el vidrio el fino encaje de las olas lejanas, muy lejanas, de pronto me di cuenta. Puedo asegurar que, como en el poema de Salinas, el mar respiraba, se movía. Sí, estoy seguro.