15 abril 2014
Las historias de la fotografía publicadas hasta hoy son ya bastante numerosas. Contrasta esta situación con la de los años setenta, cuando apenas circulaban un par de ellas. No hay que ser un lince para darse cuenta de las pretensiones de cada una de esas historias, ni de sus sesgos o carencias. Beaumont Newhall escribió una historia museística. Gisèle Freund se orientó hacia la fotografía documental. Petr Tausk nos proporcionó una visión de la Europa Central y del Este que se agradeció mucho. Otto Stelzer vinculó la historia del medio a la de los movimientos artísticos. Jean-Claude Lemagny y André Rouillé se situaron en lo específico de la “sustancia” y los materiales fotográficos. Michel Frizot ahondó enciclopédicamente en cada parcela del medio.
Esas historias generales se complementaron con estudios realizados en cada país y región. En España, Marie-Loup Sougez trazó un esquemático mapa fotográfico. Lee Fontanella fue el primero en buscar en los archivos y colecciones del siglo XIX. Publio López Mondéjar realizó un extenso y potente trabajo sobre la historia de la fotografía en España, con una clara orientación documental y social.
En Navarra hay pocas cosas publicadas a este respecto, casi todas ellas recientes. Hay estudios sobre autores o momentos concretos (Celia Martín), consideraciones más generales (José M. Domench) y análisis de fondos y colecciones (Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro). A mis propios “Apuntes”, publicados en 1989, hay que sumar el libro “Navarra: Fotografía”, un trabajo que me llevó muchos años y en el que quise centrarme preferentemente en la noción de fotografía “de autor” siguiendo, a lo largo del tiempo, unos vectores o direcciones que me parecen reconocibles en la fotografía en Navarra. Por otro lado, y ante los cambios experimentados en los últimos años –llegada de los artistas al ámbito fotográfico, cambios tecnológicos, etc.–, intenté superar guetos y brechas que en mi opinión nada aportan a la consideración del medio fotográfico y dicen bastante poco de quienes, a un lado y otro, nos movemos en él.
En la reciente charla “Cómo se escribe la historia de la fotografía”, organizada por la revista «Contraluz» en el Centro Huarte, tuve ocasión de comprobar una vez más el apasionamiento que suscitan algunos temas. Con el cambio de siglo a una lo digital ha venido a trastocar muchas más cosas de las que parece a primera vista. No soy partidario de dramatizar. Nada muere del todo, ni siquiera la pintura de caballete, o el teatro, a los que se mata casi a diario. Palabras graves y declaraciones ampulosas no conducen a nada. Baste recordar dónde queda la célebre afirmación de Delaroche (“la pintura ha muerto”), justamente con el nacimiento de la fotografía.
Mucho de lo que ocurrió entonces, a partir de 1839, se repite ahora. Pero tan absurdo es proclamar a los cuatro vientos las sucesivas muertes de la fotografía documental, de los géneros fotográficos o de la fotografía química, por ejemplo, como afirmar que nada ha cambiado. Los cambios se producen tanto como consecuencia de la nueva tecnología digital como de la propagación de los usos de la misma en la era de Internet.
El número de imágenes fotográficas que se realizaban a finales del siglo XX era ya demasiado grande para entenderlo. En la actualidad ese número se ha disparado, multiplicándolo por un factor que no sé calcular. Hay algunas características que son comunes a gran parte de esas imágenes digitales: la inmediatez, por ejemplo, es decir, el lapso entre el momento de la toma y la sustanciación de la fotografía, lapso que ha desaparecido; la velocidad de circulación de las imágenes; la virtualidad, o lo que es lo mismo, el abandono del soporte tradicional sobre papel o, si se prefiere, la desaparición del objeto fotográfico como tal, y la volatilidad asociada tanto a esa pérdida como a la velocidad de consumo apuntada.
Se diría que las fotografías ya no nacen para permanecer. Si la fotografía significó un punto de no retorno en lo que es la cultura del simulacro, podría parecer que la fotografía digital tiene mucho de redundante simulacro de lo fotográfico. No excluyo vincular la palabra redundancia al sentido crítico que propuso en su día Vilém Flusser. Los usos de las imágenes también se han multiplicado, cada vez más lejos de la solemnidad que la obtención de una fotografía llegó a significar. Piénsese, sólo como ejemplo, en la proliferación reciente de los llamados “selfies”, afirmaciones inmediatas del yo sin apenas margen para cualquier valoración crítica.
Todos esos cambios entrañan aspectos que se pueden evaluar positiva o negativamente, dependiendo del ángulo de observación. Escribir la historia de la fotografía a partir del siglo XXI, por todo ello, se me antoja una labor cercana a lo imposible. Ha de resultar difícil pretender, después de lo dicho, que las metodologías de trabajo utilizadas hasta ahora vayan a servir. Quizás estamos asistiendo al desdoblamiento definitivo de los usos de la fotografía, cada vez más lejos unos de otros, quizás el concepto monolítico de “cultura fotográfica” que hemos venido manejando hasta hoy sea ya, en sí mismo, historia. Sin dramatismos de ningún tipo.