Ser fotógrafo. Discurso premio Príncipe de Viana

19 septiembre 2020

Patxi Cascante. Diario de Noticias. Olite.

Señora Presidenta de la Comunidad Foral de Navarra, Señor Presidente del Parlamento de Navarra, Señora Alcaldesa de Olite, Señora Consejera de Cultura y Deporte del Gobierno de Navarra, autoridades, familiares, amigas y amigos, señoras y señores,


Es la hora, para mí, del agradecimiento. Me gustaría que fuese lo más importante de este acto.

Agradecimiento a mi Comunidad, que me ha permitido alcanzar un premio con el que en otro momento ni siquiera me hubiese atrevido a soñar.

A los miembros del Ateneo Navarro: mi candidatura ya era por sí sola un premio fantástico.

Al Consejo Navarro de la Cultura y las Artes, porque me consta lo difícil que es elegir entre categorías tan dispares y entre aspirantes que tienen sobrados méritos para ser acreedores a este premio.

A mis amigos, y a todos quienes han apoyado mi candidatura, escribiendo cosas que me gustaría merecer.

Y a todos aquellos, responsables de centros de arte, museos, salas de exposiciones, colegas, alumnos, que siempre han confiado en mí mucho más que yo mismo.

Y naturalmente a mi familia,

A mis padres, que no están, pero sí están.

A mis hijos, María y Xosé, y al niño que hoy no ha venido y que completa ese gozoso belén mitad navarro y mitad gallego.

A mis hermanos, que tantos años han vivido de cerca el particular trastorno de quien les habla.

Y sobre todo, a Juana, mi mujer, la inseparable compañera, la inseparable amiga, porque gracias a que siempre está ahí, yo hoy puedo estar aquí… Tú sabes, Juana, y yo sé, que este premio es de los dos y para los dos.



En las diversas entrevistas que me han hecho a raíz de la concesión de este premio que hoy nos une aquí, ha habido una pregunta un poco terrible y temible que se ha repetido a menudo. ”¿Qué es la fotografía para ti?”. Como quiera que la pregunta no es nueva, tengo ya tipificada una contestación desde hace años: “Es una forma de vida”. Esta, mi respuesta, suele ir seguida de una expresión de desencanto en mi interlocutor, no sé si porque la respuesta le parece escasa o excesiva.

Tal vez para mí es tan temible la pregunta porque, en mi fuero interno, la desvío ligeramente, transformándola en otra: ¿qué es para ti ser fotógrafo?”. Y mi contestación, “una forma de vida”, no parece más que una salida elusiva. Es evidente que no hay una sola respuesta a la pregunta, porque no hay una sola forma de estar en la fotografía. Quizás la respuesta debería partir, pienso, de la idea de la fotografía como creación. Claro que, como en el Génesis, para la creación hace falta un mundo, o mejor aún, un universo.

Seguramente eso es lo que llevó a alguien a decir “un fotógrafo es una persona que tiene que demostrar permanentemente que su universo existe”. Sin universo no hay creación. Ser fotógrafo es descubrir y construir ese universo (propio), y dar luz sobre él y desde él. Esto es, descubrir, hacer, revelar, que son los verdaderos verbos de quienes nos dedicamos a la fotografía.


A propósito del universo del artista, Jean Dubuffet, escribió algo revelador: “Un artista no es otra cosa que alguien que crea un universo paralelo (propio) porque teme que le inflijan otro (universo) impuesto”. La formación de ese universo personal es una de las cuestiones más apasionantes en el mundo de la creación, por su complejidad y por su mucho de misterio, sobre todo para el propio artista.

En 1972, tomé la decisión de comprar mi primera cámara seria durante los “Encuentros” de Pamplona en ese año, donde, por cierto, la fotografía fue la gran olvidada. Mis conocimientos fotográficos se reducían a las elementales cuestiones químicas que mi padre me enseñó cuando era un niño. Las influencias que pude recibir en aquel país pre democrático iban de la estética trasnochada de salones y concursos al reportaje tradicional de una España negra, o al menos muy oscura. En el plano internacional, podía elegir entre los paisajes sublimados de Ansel Adams y las “Images à la sauvette” de Cartier-Bresson. Otras posibilidades estaban aún, aquí, en la incubadora.

Poco a poco, fui siendo consciente de que era mejor abandonar ese universo que me venía dado (¿impuesto?) de paisajes de calendario y momentos decisivos. Yo quería que mi mundo fotográfico estuviese en otra parte, y que se pareciese mucho más al mundo de la poesía íntima que al del relato social. Así que empecé a buscar donde otros no querían: frente al centro, las afueras, frente a la fachada, la pared ajada por el tiempo, frente al esplendoroso bodegón de flores, la planta polvorienta olvidada en un rincón. Frente a la milésima de segundo, la mirada lenta, sosegada, cargada de tiempo. No inventé nada, solo hice mi elección.

Se dice que la poesía va implícita en el mismo acto fotográfico, que esa captura de lugares y de instantes ya es en sí misma poética. Así lo creo. Pero creo también que eso sirve de poco si no hay una voluntad inequívoca, apasionada que, como en todo proceso creativo, desde el deseo de poetizar, permita convertir en imagen lo que aún no lo es y, al mismo tiempo, permita que esa imagen sea algo más que lo que muestra.


Digo voluntad apasionada. ¿Qué sentido tiene cualquier búsqueda artística si no está alimentada por la pasión? Sin pasión no hay cultura, sin pasión no hay arte. Cualquier artista tiene que estar tocado por el pathos. De no ser así, podremos hablar a lo sumo de fotografía aplicada, de una profesión. Yo no quiero, con todo el respeto, que mi obra fotográfica sea solo el quehacer de un profesional, ni siquiera el de un excelente profesional.

Acepto lo que hay de “patético” en la certeza de que nunca alcanzaré la imagen deseada de algo. Asumo estar condenado a seguir intentándolo una y otra vez. Desde las convicciones que he ido “tallando”, si me admiten el verbo, a lo largo de los años. Un escritor no lo es porque ordene palabras con habilidad. Alguien que hace fotografía no es alguien que lleve al papel colores y tonos bonitos o bien dispuestos. “Si no hay interés metafísico, simplemente no hay imagen”, recuerda Régis Debray. Lo que parece una verdad tan elemental es algo que olvidamos a menudo.

Mi fotografía quiere establecer un diálogo, o mejor, un soliloquio con la historia del medio fotográfico, porque no hay ideas que salgan de la nada, porque todo nace de algo. Pero siendo esa conversación con la historia del medio tan importante, aún lo es más la que uno debe mantener con su propia obra.

Dice Josef Koudelka que “el del fotógrafo es un trabajo largo y lento. No se trata solo de tomar imágenes, sino sobre todo de organizarlas, de pensar en ellas”, es decir, añadiría yo, de concederles tiempo. En el cristal de la ventana de mi estudio, hace años que escribí, parafraseando a Slavoj Zizek, una pregunta que siempre me acompaña: ¿Qué quieren mis fotografías de mí?


Me gustaría que mis fotografías reflejasen una honesta y pausada relación con lo que me rodea, con mi universo. “La fotografía, dijo John Berger es una extraña invención, porque sus materias primas son la luz y el tiempo”. Creo que no debemos referir esa observación únicamente al momento de la toma. Las fotografías, frágiles papeles o volátiles pantallas, nos continúan pidiendo más que nunca, luz y tiempo. Porque sin luz no son. Porque sin tiempo no tienen razón de ser.

Es algo que en esta hora del aparente éxito social de la fotografía, deberíamos tener presente. Manejamos un medio muy poderoso, y me pregunto a menudo si, como fotógrafo, soy consciente de ese poder. Sí lo soy de que mi tiempo como creador terminará cuando la última fotografía que quede de mi trabajo sea vista por alguien por última vez. Eso anuda definitivamente mi compromiso con lo ya hecho y con lo que tenga por hacer.

Pero es también, socialmente considerado, en una comunidad como la nuestra, donde siempre se ha practicado una excelente fotografía, lo que nos hace deudores de quienes nos precedieron o nos han acompañado en esta actividad y, sobre todo, de quienes vendrán. En el desarrollo y en el ejercicio de un interés crítico hacia el pensamiento sobre lo visual y lo que hoy significa, más allá de las buenas y consabidas palabras políticas, definiremos como sociedad dónde queremos situarnos en una civilización de la imagen que ya está aquí. Con nuestros poderes públicos a la cabeza, tenemos todos en eso una gran responsabilidad. También una oportunidad estupenda. Quizás no es demasiado tarde.


Quiero terminar diciendo que para mí hacer fotografías es una de las mejores expresiones de la alegría de vivir. Recorrer caminos y lugares en los que siento que “soy”. Intentar poetizar la experiencia humilde y a menudo chata, vulgar, de las cosas y de los momentos. Llevarme de cada escenario y de cada instante aquello que prefiero conservar, no necesariamente lo más bello. Lugares y tiempos que activarán mi memoria y mis sentimientos y, quién sabe, tal vez otras memorias y otros sentimientos. ¿No es una cosa maravillosa la fotografía, si se piensa en ello?, hace preguntar James Joyce a uno de sus personajes. Qué es para mí ser fotógrafo… No sé… Acaso consiste en rescatar del olvido y conservar fragmentos, trocitos de lugares y pedacitos de tiempo atravesados por uno mismo, convertidos en imágenes. Un pálido reflejo, ya sé, pero reflejo al fin de la propia existencia, reflejo de un universo propio que quiere ser compartido.


Muchas gracias. De corazón, muchas gracias.