Limiferia

24 enero 2020

Meryan Rivers

En el siglo XIX la fotografía surge como uno más de los inventos de una sociedad industrial que tiene necesidad de nuevos recursos para su autogestión. La vinculación del nuevo invento con lo urbano será inmediata, fotografía y ciudad se relacionan muy bien desde el alumbramiento de la imagen fotográfica. La función documental sobre la que descansa en gran medida la fotografía permitirá inventariar visualmente, con rapidez y eficacia, la arquitectura en sus diferentes dimensiones, gran parte de ellas urbanas.

Es evidente que no solo lo arquitectónico iba a estar en la primera línea de los intereses fotográficos, unos intereses tan diversos que, de alguna manera, puede decirse que la fotografía por fin hacía posible cumplir el sueño enciclopédico que estaba ya sobre la mesa desde Diderot. En la medida en que los círculos concéntricos del inventario de lo visible se iban agrandando, la relación de la imagen fotográfica con lo urbano también lo haría, dando entrada en el catálogo, a partir de la monumentalidad inicial, a enclaves y escenarios sin apenas singularización, casi me atrevería a decir sin nombre propio. Si uno revisa el trabajo de los fotógrafos significativos en este campo, ya desde aquellos primeros años puede advertir una querencia centrífuga por los límites de la ciudad. Marville, Annan y, más tarde, Atget, tres ejemplos clásicos entre otros muchos, se interesaron por la transformación no siempre lenta pero sí permanente del escenario urbano, especialmente de sus callejones, sus barrios y sus arrabales.

Sin embargo, una transformación más radical de los intereses fotográficos no se produciría hasta rebasada la mitad del siglo XX. Una serie de trabajos, a lo largo de los años sesenta, significaron un desplazamiento de la mirada hacia los límites. Edward Ruscha, Dan Graham, Bern y Hilla Becher y Robert Smithson representan, en ese sentido, un cambio de actitud en relación con el tratamiento fotográfico de la naturaleza, y también de la ciudad, cambio que, algo después, la exposición «New Topographics, Photographs of a Man-altered Landscape» (1975) dejaría instalado definitivamente, y ello a pesar de los diferentes planteamientos de los fotógrafos participantes en esa muestra. La preferencia de la provisionalidad de la periferia a la monumentalidad del centro representa, desde entonces, un cambio crítico que hay que contextualizar en el marco de otros de gran alcance: el fin de la era industrial, la pérdida de vigencia, en el arte, de las ideas modernistas, las nuevas necesidades sociales en lo que se refiere a la imagen, etc. 

Mucho de ese espíritu crítico nos atañe, o debería hacerlo, en tanto que fotógrafos. Esta exposición nace del ejercicio del mismo. Así, podemos preguntarnos: ¿Son, en su periferia, todas las ciudades iguales? ¿No será que lo que es demasiado homogéneo es quizás nuestra propia mirada? Cuando nos referimos a esa ciudad que decimos no ver, pero que «usamos» a diario, ¿estamos hablando todos de la misma cosa? Aun suponiendo que podamos compartir una serie de intereses visuales, ¿deben ser nuestros resultados análogos? El crecimiento de la población y de sus necesidades, en todo el planeta, ha llevado a una transformación radical de la ciudad, que empezó configurándose según el «trazado del asno» y que amenaza convertirse en una expansión sin fin de esos filamentos urbanos, más allá de los núcleos tradicionales, que pueden dejar la naturaleza reducida a la dimensión de unas cuantas granjas necesarias. Sin querer ser apocalíptico, no está muy lejos de esa visión el desmesurado crecimiento de la imagen fotográfica, que ha pasado en poco más de siglo y medio de la solemnidad de un daguerrotipo a la producción masiva, millonaria cada segundo, de fotografías esencialmente volátiles.

Desde ese punto de vista, creo que «Limiferia» es algo más que un trabajo fotográfico sobre las áreas periurbanas de Pamplona. Es una exploración de los límites siempre cambiantes de la ciudad, sin duda. Pero al mismo tiempo constituye un ejercicio sobre la propia fotografía y el modo en que nos sirve o no para entender un poco mejor lo que nos rodea, sea esto último algo puramente físico (la ciudad) o inmaterial (la imagen). Finalmente, para cada uno de los participantes en la muestra, representa también un análisis introspectivo sobre su particular relación con la imagen fotográfica.



Texto publicado en el catálogo «Limiferia», exposición del colectivo «Punto de catástrofe» (María Azkárate, Kike Balenzategui, Marta Contín, Meryan Rivers, Dani Sánchez, Jorge Tellechea y Jaime Urtasun), Pabellón de Mixtos, Ciudadela de Pamplona, enero 2020.