Visualismo y otras poesías

22 julio 2015

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Ricardo Gómez Pérez

Desde comienzos de siglo y especialmente a partir del futurismo –estoy pensando, por ejemplo, en las imágenes de Anton Giulio Bragaglia o en las de Étienne-Jules Marey–, se hizo ya evidente que es otra la realidad que habla a la cámara que la habla al ojo.

Esa posibilidad, que no sólo los futuristas experimentaron, de concentrar tiempo en un mismo fotograma, o su contraria, la de capturar tiempos imperceptibles, han sido utilizadas masivamente por los fotógrafos, como es lógico, que han encontrado en ellas el medio adecuado para sus intenciones, que van desde la experimentación tecnológica hasta la implicación de nociones filosóficas en el proceso fotográfico.

En el contexto de la experimentación hay que citar casi obligadamente obras como las de Harold Edgerton, que si bien encuentran razón de ser en sucesivos avances tecnológicos, tales como la luz estroboscópica, no por ello ha de desecharse un rico contenido plástico. En el otro extremo se pueden situar trabajos como los de Wynn Bullock, en los que una opción técnica del medio sirve de inicio para una reflexión más profunda, capaz de hurgar en la problemática espacio-temporal de la imagen.

El trabajo de Ricardo Gómez Pérez, muchos años después, conecta en algún punto con ambas referencias. De una parte se sirve de las posibilidades del flash electrónico, y de otra trabaja con velocidades de exposición lentas. La combinación de ambas cosas supone la aparición de una realidad distinta, casi podríamos decir “irreal”. Ciertamente tales experiencias no son exclusivas de él pero, a pesar de que de alguna forma son coincidentes con otras (Mark Cohen, Jim Bengston, etc.), los resultados, en su caso, son diferentes, personales.

Recuerdo que cuando le conocí, a comienzos de los años ochenta, Ricardo Gómez me decía que en el origen de este tipo de fotografías estaba el hecho de que él, venezolano, al llegar a Londres como inmigrante, tropezó con la dificultad de que, para realizar las imágenes que pretendía, la luz no era buena, o no era la que traía de su Venezuela natal. De ahí que el flash, generalmente considerado como un accesorio, se convirtiese para él en un complemento inseparable de la cámara.

Un año antes de terminar sus estudios en el London College of Printing, Ricardo Gómez Pérez tuvo un encuentro, que él siempre ha considerado decisivo, con el recientemente desaparecido Charles Harbutt: “Ricardo, vuelve a mirar tus contactos otra vez, el mejor negativo es precisamente ése sobre el que no has reflexionado”. En fotografía es frecuente que determinada dificultad que hay que superar constituya el eje para una actividad nueva e insospechada, que signifique un descubrimiento. Puede que una fotografía no sea un accidente, sino un concepto, como hizo célebre Ansel Adams, pero con mucha frecuencia algo accidental pasa a ser el verdadero punto de partida.

“La técnica de combinar el flash con la luz natural –decía el autor ya en aquellos años–, me permite capturar en una fracción de segundo irrepetibles situaciones en las que me encuentro con una persona o con un objeto. Seguramente estas imágenes, en las que se manifiesta sobre todo mi subconsciente, dicen más del fotógrafo que del objeto. Para mi la fotografía es un medio puro de expresión visual, y no estoy interesado en utilizarla para ninguna otra finalidad.”

Esas declaraciones parecen inscribir su obra dentro de lo que Andreas Müller-Pöhle, fotógrafo, crítico y editor alemán, denominó “visualismo”, como un modo de hacer que no podía ser incluido adecuadamente en las dos corrientes fotográficas dominantes en los ochenta: documentalismo y fotografía conceptual. El interés por la realidad de los visualistas tiene poco que ver, desde luego, con la fotografía documental, y mientras los conceptualistas cargan las tintas en la idea como generadora de una imagen, los visualistas preconizan un interés “metarrealista” en la realidad que les lleva a agudizar su capacidad perceptiva sin excluir una dosis importante de experimentación formal: no se trata tanto de ver cosas nuevas como de una nueva forma de ver las cosas.

Pero una nueva forma de ver no es inocente, no carece de intenciones, formales y no formales. El hecho de que un fotógrafo manifieste una determinada ausencia de otros intereses no significa que esos intereses no existan. Pueden ser de muchos tipos y tocar más o menos tangencialmente intenciones diversas. La técnica utilizada por Ricardo Gómez Pérez cobra un especial sentido aplicada al desnudo o, en un sentido más amplio, a eso que a veces llamamos el “eterno femenino”.

La combinación de luces suaves y golpes, también suaves, de flash, produce fotografías dominadas, inundadas por la luz, de matices delicados en la textura de la piel, en la blancura de un reflejo pálido, en la suavidad casi inmaterial del cuerpo. Todo ello combinado con perfiles que son líneas suaves insinuadas, a veces dudosas, que unen más que delimitan.

Es inevitable no recordar algunas fotografías de Man Ray, aunque sus líneas «solarizadas» sean algo más bruscas. No en balde Ricardo Gómez lo cita entre sus referencias de cabecera. No me refiero solo al deseo experimental, aunque también, sino a una relación con el cuerpo de la mujer que tiende a esculpirlo solo con luz, una forma, al fin, de sublimación, un trayecto que puede aproximarse indistintamente a lo explícito y a la sugerencia sutil.

Con todo, hay que recordar que la mayor parte de los que entonces fueron llamados visualistas pasaron alguna vez, directa o indirectamente, por la aulas de Otto Steinert. Por eso, uno se resiste a incluir a Ricardo Gómez bajo esa etiqueta. En sus imágenes, la percepción es superada por la intuición, el tiempo queda en parte detenido y en parte se convierte en algo evanescente, la luz alterada crea cierta inmaterialidad de las cosas.

Todo ello me lleva a pensar que su obra, aun no siendo ajena a su tiempo, se ha resistido siempre a la clasificación. Es mejor así, porque sus imágenes son muy poéticas, y etiquetar la buena poesía es como cortarle las alas. Y eso no está bien.

NOTAS:

  1. De Photo Reporter, octubre 1982.
  2. De European Photography, febrero 1980.
  3. De European Photography, Andreas Müller-Pöhle, agosto 1980.

(Carlos Cánovas. Este texto se escribió en 1983, para el catálogo de una exposición de Ricardo Gómez Pérez. Con motivo de una nueva edición de esta serie de imágenes, lo he revisado y ampliado en 2015, a petición del autor de las fotografías)

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Ricardo Gómez Pérez